Imaxe:
La Magdalena y dos ángeles; La Magdalena penitente
Ficha técnica
Número de inventario:
249
Materia / Soporte:
Tabla
Contexto cultural / Estilo:
Barroco
Cronología:
1580[ca]-1609[ca]
Clasificación:
Pintura
Procedencia:
Depósito: Museo Nacional del Prado (16/08/1946)
Historial:
En 1746 figuraba en la colección de Felipe V en la Granja, (MARTÍNEZ-BARBEITO, Isabel (1957): Museo Provincial de Bellas Artes de La Coruña. Catálogo, p. 30.)
El lienzo estuvo depositado en el Ayuntamiento de La Coruña desde el 21-04-1942 hasta el 16-08-1946. Por O.M. 19-12-1941.
Año 1955: Se expuso el 2 de septiembre en la Cena de gala en honor al Jefe del Estado en el Palacio Municipal. Ayuntamiento de La Coruña
Año 1958: Se expuso el 6 de septiembre en la Cena de gala en honor al Jefe del Estado en el Palacio Municipal. Ayuntamiento de La Coruña
Medidas:
Con marco: Altura = 53 cm; Anchura = 44,5 cm; Profundidad = 4,5 cm
Tabla: Altura = 40 cm; Anchura = 31 cm
Técnica:
Pintura al óleo
Objeto:
Cuadro
La figura de la Magdalena sostenida por dos ángeles está situada ante el fondo oscuro de una cueva en la que se abre una luz en el ángulo izquierdo. La imagen de la Magdalena desfallecida en los brazos de los ángeles ilustra la leyenda que se forjó en la Francia medieval según la cual, la santa se habría retirado en soledad durante treinta años a una gruta de las costas de Provenza a la que acudían dos ángeles para trasladarla al Paraíso a escuchar los coros celestiales. Este tema fue frecuente en el arte de los países católicos del siglo XVII, en el que abundan las representaciones de extasis místicos. La faceta de su vida que más interesó a la Contarreforma católica fue la de su arrepentimiento y penitencia y, como a otros santos penitentes, se le representa en una cueva, vestida austeramente o cubierta solo por su larga cabellera y acompañada de los objetos de meditación, el crucifijo, un libro de oración y una calavera que era el símbolo usado para recordar al hombre el carácter fugaz de las cosas terrenales. Junto a ella se sitúa el vaso de perfumes, en recuerdo del que usó para ungir los pies de Cristo y que fue su atributo más antiguo y constante en el arte. Considerado como uno de los renovadores de la pintura de su época, Aníbal Carracci retrata a la figura con una belleza serena, en consonancia con los postulados de la corriente clasicista italiana que recuperaba los ideales del Renacimiento y de la Antigüedad clásica y de la que el pintor sería uno de sus máximos representantes.
En el reverso aparece dibujada una cabeza de perfil, que a su vez tiene dibujada en su interior otra cabeza, más pequeña y coloreada en la mejilla. En el centro de la tabla hay otro pequeño esbozo de rostro.