
La caída de Ícaro
El artista
Jacob Peter Gowy fue un pintor flamenco que trabajó con Rubens en el proyecto de pintura mitolóxica para la torre de la Parada; un pabellón de caza que el rey Felipe IV tenía a las afueras de Madrid. Si bien Rubens había diseñado el boceto para este cuadro, Gowy hizo pequeñas modificaciones.
En el Museo del Prado hay otro cuadro de Gowy hecho para el encargo de Torre de Parada. Se trata de la obra: “Hipómenes y Atalanta”.
El mito
Dédalo es, en la mitología griega, un gran arquitecto y constructor. Durante su vida hizo numerosos encargos, sobre todo para el rey de Creta, Minos. Sin duda el encargo más importante que recibió fue la construcción de un laberinto para encerrar al Minotauro.
El Minotauro era un monstruo mitad hombre, mitad toro. Se trataba de una fiera temible que se alimentaba de carne humana constituyendo un enorme peligro. Minos, inquieto por el daño que la bestia podía causar, llamó a Dédalo para que construyera un lugar donde encerrar al monstruo. El hábil artesano decidió entonces erigir un laberinto tan grande y complejo que fuera prácticamente imposible salir de él.
Un valiente joven llamado Teseo, decidió poner fin a la vida del temible Minotauro. La princesa Atenas, Ariadna, se había enamorado profundamente del héroe y pedirá ayuda a Dédalo para encontrar una manera de salir del laberinto: Teseo tenía que atar un ovillo de hilo a la puerta del laberinto e ir desplazándose por su interior mientras este se deshacía. Tras derrotar al Minotauro, solo tenía que ir cogiendo el hilo siguiendo exactamente el camino contrario a lo que había tomado cuando entró.
Cuando Minos se entera de que Dédalo había ayudado a Teseo y Ariadna a salir del laberinto, se enfada y castiga a Dédalo encerrándolo junto con su hijo Ícaro. Es entonces cuando Dédalo trama un ingenioso plan para escapar: construir unas alas para salir volando. Fijándose en las alas de los pájaros, unió pluma a pluma con la ayuda de hilo y cera. Así, salieron volando de la isla de Creta, huyendo de la ira del rey Minos. Ícaro llevaba instrucciones muy precisas de su padre: no podía volar muy bajo, pues el mar podía humedecer sus alas y darles demasiado peso, y tampoco podían volar muy alto, pues el calor del sol podía derretir la cera que unía las plumas. Ícaro desobedeció las indicaciones de su padre, alzó demasiado el vuelo acercándose peligrosamente al sol. Fue entonces cuando, con el calor de los rayos solares, la cera que unía las plumas se fundió haciendo caer al mar a Ícaro.
Cuenta la leyenda que en el mar Egeo, justo en el lugar donde cayó Ícaro, surgió una hermosa isla donde siempre hace sol. Esa isla lleva el nombre de Icaria, en honor al joven hijo de Dédalo.
El cuadro
En la obra se representa justamente el momento en el que Ícaro está a punto de caer al mar. Con todo el cuerpo retorcido en un escorzo imposible, podemos ver en su cara la expresión del terror. Dédalo gira el cuerpo contemplando la tragedia.
En la orilla del mar, vemos la ciudad de Creta y, caminando hacia ella, dos personajes con algo en las manos: podrían ser dos pescadores con las redes volviendo su casa o podría tratarse de los propios Dédalo y Ícaro cargando con las alas antes de echarse a volar.
Este cuadro se pintó en la época Barroca; un momento en el que es habitual representar escenas dramáticas y llenas de tensión como vemos en esta obra.