Los cuadros de tonos oscuros de finales de los años setenta dan paso al triunfo del color a inicios de los ochenta. Entonces, el pintor se mete en el tema de las cabezas, que será recurrente en su obra. Cabezas con o sin rostro, colocadas en el eje compositivo del cuadro, invaden casi todo el espacio logrando una intensidad expresiva a través del gran formato y del vibrante cromatismo. Se considera a la cabeza representada en este lienzo como una de las más naturalistas de la serie, las líneas delimitan el rostro de la figura que aún conserva la forma orgánica y los valores volúmetricos.
El tema de las cabezas fue uno de los motivos predilectos para muchos artistas de ascendencia expresionista e informalista del siglo XX, que veían en él una forma de recuperar un icono clásico, símbolo del equilibrio y la belleza ideal, para subvertirlo e interpretarlo desde una subjetividad moderna
En el caso concreto de Alberto Datas, la presencia de la cabeza constituye una constante iconográfica esencial. Abordó este tema a lo largo de toda su vida, ya fuera de manera aislada, como vemos aquí, o en forma de una especie de mosaicos de rostros, ejecutados a principios de 2000 y que titula Cabezas. Dada su recurrencia obsesiva, es evidente que este motivo representó para el autor un tema de profunda complejidad semántica. Como señala Xavier Seoane, con esta cabeza de 1982 entramos de lleno en el territorio hierático de la máscara que, con el paso de los años, surgirá en no pocas ocasiones para desvelar, en clave de humor, una realidad herida o violenta, de un feísmo intencionado.
Desde el punto de vista formal, evolucionó desde representaciones como esta que, aunque sometida a las desviaciones plásticas propias del expresionismo, mantiene ciertos signos naturalistas. De hecho, sus líneas delimitan aún un rostro reconocible, definiendo sus valores volumétricos y las formas orgánicas de la modelo, y conservando una cierta solidez formal que aún no se ha desintegrado en trazos gestuales.
Más adelante, la composición se irá desmaterializando, para convertir a los rostros en meras estructuras lineales que emergen sobre un fondo indiferenciado de colores y manchas. Así, a medida que nos acercamos al presente, las cabezas pierden entidad, sus siluetas se tornan más abstractos y aparecen entrelazadas con los trazos promovidos por los arrebatos de la acción pictórica.
Los cuadros de tonos oscuros de finales de los años setenta dan paso al triunfo del color a inicios de los ochenta. Entonces, el pintor se mete en el tema de las cabezas, que será recurrente en su obra. Cabezas con o sin rostro, colocadas en el eje compositivo del cuadro, invaden casi todo el espacio logrando una intensidad expresiva a través del gran formato y del vibrante cromatismo. Se considera a la cabeza representada en este lienzo como una de las más naturalistas de la serie, las líneas delimitan el rostro de la figura que aún conserva la forma orgánica y los valores volúmetricos.
El tema de las cabezas fue uno de los motivos predilectos para muchos artistas de ascendencia expresionista e informalista del siglo XX, que veían en él una forma de recuperar un icono clásico, símbolo del equilibrio y la belleza ideal, para subvertirlo e interpretarlo desde una subjetividad moderna
En el caso concreto de Alberto Datas, la presencia de la cabeza constituye una constante iconográfica esencial. Abordó este tema a lo largo de toda su vida, ya fuera de manera aislada, como vemos aquí, o en forma de una especie de mosaicos de rostros, ejecutados a principios de 2000 y que titula Cabezas. Dada su recurrencia obsesiva, es evidente que este motivo representó para el autor un tema de profunda complejidad semántica. Como señala Xavier Seoane, con esta cabeza de 1982 entramos de lleno en el territorio hierático de la máscara que, con el paso de los años, surgirá en no pocas ocasiones para desvelar, en clave de humor, una realidad herida o violenta, de un feísmo intencionado.
Desde el punto de vista formal, evolucionó desde representaciones como esta que, aunque sometida a las desviaciones plásticas propias del expresionismo, mantiene ciertos signos naturalistas. De hecho, sus líneas delimitan aún un rostro reconocible, definiendo sus valores volumétricos y las formas orgánicas de la modelo, y conservando una cierta solidez formal que aún no se ha desintegrado en trazos gestuales.
Más adelante, la composición se irá desmaterializando, para convertir a los rostros en meras estructuras lineales que emergen sobre un fondo indiferenciado de colores y manchas. Así, a medida que nos acercamos al presente, las cabezas pierden entidad, sus siluetas se tornan más abstractos y aparecen entrelazadas con los trazos promovidos por los arrebatos de la acción pictórica.