Imaxe:
La Presentación de Jesús en el Templo
Ficha técnica
Número de inventario:
6265
Materia / Soporte:
Lienzo
Contexto cultural / Estilo:
Barroco
Cronología:
1663[ca]
Clasificación:
Pintura
Sala:
Procedencia:
Depósito: Museo Nacional del Prado (14/06/2011)
Medidas:
Con marco: Altura = 220 cm; Anchura = 307,5 cm; Profundidad = 8 cm
Lienzo: Altura = 206 cm; Anchura = 290 cm
Técnica:
Pintura al óleo
Objeto:
Cuadro
Se representa el momento de la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén. La escena central aglutina a San José y la Virgen con el Niño ante el anciano sacerdote Simeón acompañados por la profetisa Ana. Hacia el fondo y a la derecha, en medio de la penumbra se presenta el motivo alusivo a la ofrenda por el nacimiento con una figura femenina portando un cesto en alto con dos tórtolas o palomas. A la izquierda, al fondo un sacerdote en actitud vigilante se dispone para ayudar a Simeón, y en primer término un niño está arrodillado junto a una candela encendida que podría recordar el rito de la bendición de los cirios y la celebración de la Candelaria. Este tema aparece interpretado por primera vez en el s. V, en un mosaico de la iglesia de Santa María Maggiore en Roma. Desde la época carolingia podemos encontrar la coexistencia de dos modelos: María presenta el Niño al anciano Simeón, o también, Simeón sostiene el niño y se lo devuelve a María. Ambas formas han sido representadas por Francisco Rizi. La iconografía de este episodio de la vida de Cristo, nos remite no solo a la fuente de las Escrituras en que se relata, el Evangelio de San Lucas y en la que se inspira el arte cristiano, sino también, a las normas de la ley de Moisés (Ex. 13,2) que establecían una serie de ceremoniales vinculados con el nacimiento de un niño: la Circuncisión, la Purificación de la madre tras el parto, la Presentación del primogénito en el templo y el acto de redimirlo por medio de una ofrenda. El lienzo formaba parte de una serie de destino desconocido, de la que se conservan algunas obras aunque otras fueron destruidas. Pintada en torno a 1663, la serie muestra el momento de plenitud y madurez del artista en lal que se aprecian sus característica pinceladas vibrantes. El autor, que en un principio se mostró fiel a los modelos de rigor y simetría postulados por su maestro Vicente Carducho, demuestra aquí una gradual incorporación de las fórmulas estéticas del Barroco en la expresividad y el dinamismo con que trata la escena. No en vano se llegó a considerar, dentro de la escuela madrileña de los umbrales del siglo XVII, como uno de los principales creadores del nuevo lenguaje.